La interpretación de todos los acontecimientos que tratamos se hizo, no sólo en función de un momento político, sino especialmente en función de las ideologías a las que se adscriben cada uno de los hombres que interpretaron y escribieron la Historia de España. Será precisamente en el siglo XIX, durante el periodo romántico y nacionalista español, cuando aparecen una serie de obras históricas que tratan de ensalzar la “inconclusa” unidad de España y, sobre todo, de exaltar a un reino de Castilla sin orígenes pero con “destino manifiesto” como gran impulsora de esta fracasada unidad.
Tanto Modesto Lafuente con su “Historia General de España” (1850-1867), como los regeneracionistas Joaquín Costa (1846-1911) y Rafael Altamira (1866-1951), contribuirán en la idea de la identidad y de la conciencia nacional española gracias a la gran difusión que tuvieron sus obras, escritos y conferencias. Si en la “Historia Sagrada” del siglo XVIII no encontramos referencia alguna a un hipotético reino de Asturias, sino que se señala como tal a la antigua división administrativa romana y suevo-visigótica de Gallaecia, ahora, como falsa explicación de la génesis del reino de Castilla, queda censurada cualquier referencia regia con el auténtico nombre testimoniado o simplemente se equipara indistintamente Asturias o León con el nombre de la Gallaecia.
Esta nueva fórmula historiográfica nacionalista será posteriormente retomada de manera acrítica, entre otros, por Menéndez Pidal a inicios del siglo XX, quien utilizará su Centro de Estudios Históricos para su divulgación, siendo el soporte histórico conceptual del pensamiento nacional-catolicista de la dictadura franquista y que remata doctrinalmente el egregio historiador exiliado Claudio Sánchez-Albornoz (1893-1984: cf. Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la Historia del reino de Asturias. Oviedo, t. I: 1972, t. II: 1974, t. III: 1975.).
En la actualidad, la preconcebida y ahistórica idea acerca de la existencia de un “Reino de Asturias” sigue en vigor, comúnmente etiquetado como “la historia oficial”, entre escolares, bachilleres y universitarios, siendo objeto de acalorados debates entre sus partidarios y detractores.
1. TERRITORIALIDAD
Se convendrá que un determinado reino ejerza su administración jurisdiccional, política y administrativa sobre un espacio geográfico limitado y conocido. En este sentido, toda la documentación medieval existente no nos informa sobre un reino llamado de Asturias, es decir, “gens hispaniae” conformada por astur-cántabros encuadrados en la provincia visigótica de Gallaecia: cf. “regione asturorum”, “asturiensis provincie”, “patriam asturiensium”, “Asturiis”. Ni siquiera con la creación de la nueva sede obispal de Oviedo: “Ordo gothorum Obetensium regum”, “Regnante in Oveto”, “regum ovetense”, “regnum ovetenisum”. Cuando se indica se hace con la dignidad de “Hadefonsi regis Galleciae et Asturiae”. Se apela a la muy conocida fórmula “ordo asturorum” para extraer la conclusión sobre la existencia del reino astúr, si bien en los estudios actuales prefieren aplicar esta denominación a la etapa más primitiva de la dominación musulmana y con un carácter localista, prácticamente tribal (cf. Juan José Sánchez Badiola (2010), Asturia en la transición a la Edad Media, Argutorio n. 24, pp. 38-44).Desde Isidoro de Sevilla, los Concilios Toledanos hasta todas las crónicas europeas y árabes se hace referencia a un único espacio territorial denominado Gallaecia que deriva de la tradición romana y suevo-visigótica (que nada tiene que ver con la realidad actual de Galicia, como algunos presuponen y otros imaginan). Así pues, el reino reconocido en todo el mundo conocido era el de Gallaecia y no el de Asturias. De las aproximadamente cuarenta referencias a la denominación de este reino, sólo en una se cita a un rey de Asturias, cinco como rey de Gallaecia y Asturias, en este orden, y la treintena restantes, siempre como rey de Gallaecia: “Italiae, Galliae, Gothiae; Aquitaniae, Galleciae” (Concilio de Francfurt, s. VIII); “Hadefuns [= Alfonso II el casto] rex Gallaeciae” (Crónica de Reichenau), “mortuus est Ranimirus filius Veremudi rex Gallecie et filius eius Ordonius successit in regno” (Historiae Minores XXVII) o “Adefonso (= Alfonso III) Regi Gallaeciarum” (carta del Papa Juan IX). León es situado en 874 y 928 “in territorio Gallecie”, y aún en 946 “Legione de Galletia”. Posteriormente se corrompe (sintácticamente?) en la formulación regia “Legione et Gallecia” que será la habitual antes de la incorporación efectiva de Castilla y Toledo a la sede regia de León. En cuanto a la documentación registrada en Sahagún, sólo consta la entidad Gallaecia y así se cita también en la propia Crónica Albeldense:
Naturalmente, ello conlleva a la inaceptable traducción de Modesto Lafuente del término árabe Jalîkijah (= Gallaecia) por Asturias o León indiferenciadamente, y que todavía podemos leer injustificadamente y con cierto sarcasmo en algunos autores actuales:
2. LEGITIMIDAD
Bronisch (cf. Alexander Pierre Bronsich (2006), “El concepto de España en la historiografía Visigoda y Astúr”, Norba n.19, pp. 9-42) nos descubre como en la “Historia Wambae Regis”, Muza, un godo muladí, se autodenomina Rey de Hispania, siendo el único que se declara de sangre goda, mientras que nada parecido tenemos en las crónicas referidas a los reyes anteriores a Alfonso III. Muza, como rey godo, mantiene el antiguo concepto estatal unitario gótico de España, con una parte islámica con su rey y otra septentrional con su rey. La falta de referencias al término “Hispania” a partir del relato de los sucesos de Covadonga refuerza la idea, sospechada por muchos autores, de que el alzamiento tuvo un origen local.Esta sublevación al este de la provincia visigótica de Gallaecia, estuvo motivada principalmente por la conjunción de dos componentes:
• El personal, en referencia al asesinato en Tui del padre de Don Pelayo, el dux cántabro Fáfila, a manos de Witiza (cf. Crón. Albeldense XIV, 33 1-7, omitida en la mayor parte de la ediciones por una interpolación literaria posterior sobre el origen de Don Pelayo), y que sin duda habría de provocado los continuos enfrentamientos entre indígenas cántabro-astures y vascones con la metrópolis visigótica de Toledo.
Sin entrar en los pormenores del origen de la presencia árabe en el solar hispánico, igualmente falsificada por historiografía oficialista, podemos destacar, sin embargo, el conflicto religioso que va a suponer la ruptura de la provincia visigótica de Gallaecia (el antiguo reino suevo) con Toledo, origen, como veremos, de la falsificación histórica. En 1976, M.C. Díaz y Díaz ya afirmaba que en el ducado de Asturias había grupos contrarios en el mundo clerical como podemos conocer a través de Beato y Heterio. Así la “Carta de Elipando a Fidel” (Heterius, año 785) nos muestra dos facciones enfrentadas e irreconciliables entre sí:
• Gallaecia (así aparece en el texto original de Heterio), partidaria de los preceptos eclesiásticos de Beato, monje del Valle de Liébana, cántabro-astúr de formación carolingia.
Para Ríos Camacho (cf. Ríos Camacho, J.C. (2007), “La singularidad de San Rosendo…”, Estudios diocesanos mindonienses, n. 23, p. 54 y ss y notas), son, por una parte, las gentes repobladas del Este de Asturias, traídas de la montaña (foramontanus), especialmente situadas en el Liébana, las que encabezan esta facción que goza de la simpatía papal. Se ve con buenos ojos romper con Toledo y crear una nueva sede en Oviedo. Partidario de esta facción fue sin duda Alfonso II el Casto. Sin embargo, estos intereses ideológicos no coincidieron con los de Mauregato ni con Bermudo I el Diácono. La posición anti alfonsina de ambos personajes es muy evidente.
Por otra, los alfonsinos contaron con el importante apoyo del operativo obispado iriense (obispo Teodomiro de Iria), un obispado gallego de grandísima tradición que, a partir de las premisas doctrinales de Beato, construye la “inventio” del mito de Santiago, reforzando la política norteña frente a la de Toledo y el motivo para la reconquista. Debieron contar los alfonsinos también con el apoyo del cultísimo Monasterio de Samos (Lugo), que a partir de este momento desarrolla una estrecha relación con la realeza.
Así pues, la provincia visigótica de la Gallaecia (denominación textual) será el reducto de la ortodoxia frente a las innovaciones pro islámicas de la sede de Toledo y que pretende, en lo político, la restauración del orden “godo” en una nueva sede, Oviedo, como única y legítima continuadora del poder visigótico. Es en este preciso instante cuando se rompe la dependencia con Toledo, ahora considerada pagana y enemiga, legitimando una nueva sede, Ovetum, que curiosamente nace, como veremos, dentro del territorio eclesiástico del obispado dumiense-mindoniense, adscrito al sínodo de Lugo.
3. UNA NUEVA SEDE OBISPAL: OVIEDO
La creación de la nueva sede obispal de Oviedo, que pretendía el reconocimiento y la legitimidad del nuevo “orden godo” con el establecimiento en el lugar de la sede regia, dará lugar a consecuencias eclesiásticas muy graves. El propio obispo Pelayo de Oviedo, históricamente conocido como “el obispo falsario”, tendría que falsificar la documentación exigida en Roma para lograr su ambicioso proyecto, convertir Oviedo en la metrópoli de Hispania equiparándola a Toledo. El obispo Pelayo de Oviedo no dudó en falsificar el “Parrochiale Sueuum” (F.J. Fdez. Conde: “El libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo”, Iglesia Nacional Española, Roma, 1971) donde se establece la división territorial eclesiástica de la Gallaecia recogida en el Concilio de Lugo del año 572, también hizo uso de la falsificación medieval anónima conocida como “Diuisio Wambae” (Luis Vázquez de Parga: “Liber Ithacii: La división de Wamba”, Madrid, 1943), consiguiendo el apoyo papal, a pesar del pleito presentado por el obispado de Lugo, metrópolis de la Gallaecia al acoger en su seno la sede de Braga.Efectivamente, en el año 572 el Concilio de Lugo establecía que:
Por tanto, el texto original incluye dentro de la sede britoniense, adscrito al sínodo de Lugo (hoy Bretoña, Lugo), todas las Iglesias asturianas que no son citadas dentro de la sede de Asturica (Astorga). Y como ya se ha mencionado, Alfonso II el Casto (791-842) traslada la sede regia a Oviedo y crea un nuevo obispado en ese territorio. Esta decisión, como nos cuentan las crónicas, acarreará indirectamente un final dramático para las aspiraciones asturianas (cf. Crónica Rotense 23, Crónica Ovetense 23), al estallar un conflicto territorial entre la sede de Lugo y la nueva sede ovetense.
En el año 832, el rey Alfonso II, que dice ser rey de la Gallaecia, une provisionalmente a la Iglesia de Lugo, la sede metropolitana de Braga y la sede de Ourense, crea la nueva sede ovetense dotándola con la destruida britoniense, hecho que no se llevaría cabo, pues inmediatamente los acogidos dumienses fundan San Martiño de Mondoñedo, y cede además a Oviedo una decena de condados adscritos a la jurisdicción eclesiástica de Lugo (prácticamente la actual provincia de Lugo y parte oriental de A Coruña y Pontevedra), siempre con el propósito de su posterior reposición (Henrique Flórez “España Sagrada: Theatro geográfico-histórico de la Iglesia de España”, tomo XL, Madrid, 1796):
Igualmente se suele obviar cierto detalle de gran importancia. Lugo no sólo era una de las dos sedes eclesiásticas operativas, junto con la coruñesa Iria, del reino cristiano (Braga, Tui, Astorga, etc. estaban o bajo control árabe, destruidas o desiertas), o la única ciudad con sus murallas intactas en manos del “regnum cristianorum” hasta el siglo X, sino que, entre los siglos VIII y X, fue además la sede metropolitana al acoger a la Bracarense, y, por tanto, la capital del reino:
Curiosamente, este episodio conlleva un cambio en la dinastía, un cambio en el modo de sucesión que ahora se hace patrilineal, la presencia continuada de reinas de orígen gallego, costumbre que continuará hasta principios del siglo XIII, y, además, en la sede ovetense, se asentarán las familias berciano-gallegas emparentadas con la realeza (cf. J. Pérez de Urbel: “Los primeros siglos de la Reconquista (años 711-1038)”, t. VI de Historia de España, dir. por Menéndez Pidal, Madrid, 7ª ed. , 1997 p. 60).
Pero el hecho todavía más obsceno, vergonzoso y denigrante de esta falsificación histórica es un documento que ninguno de nuestros egregios historiógrafos suelen mencionar, ni siquiera de pasada o en nota a pie de página. Se trata del pergamino conocido como 9-4-7/1956 expediente 8, bien oculto en una caja, escondido en un lugar recóndito de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, y cuyo minucioso estudio sobre su indudable autenticidad fue realizado por Juan Carlos Galende Díaz (“Estudio paleográfico-diplomático de un privilegio de Alfonso III”, CEG, Tomo XLI, fascículo 106, Santiago, 1993-94, pp. 113 y ss.).
Este documento nos dice que en año 902, Alfonso III, confirma el siguiente privilegio:
Naturalmente, ahora se entiende el levantamiento del conde Froila Vermúdez, dux de Lugo, quien con su ejército toma Oviedo, se autoproclama rey y obliga a Alfonso III a ocultarse en tierras castellanas. Ciertamente que Alfonso III consigue en Ávila reunir tropas suficientes para derrotar a Froila en Oviedo (Crón. Albeldense, XV, 12). Sin embargo, la sede ovetense agonizaba y Alfonso III se vió obligado a pactar con el poderoso conde gallego Hermenegildo y su sobrino, el legendario obispo de Iria y Mondoñedo, San Rosendo, ambos parientes del sucesor a la corona.
El territorio ovetense pertenecía a Lugo, y su pretensión, como sede obispal, de equiparase a Toledo, provocaría un doble conflicto eclesiástico: con la sede metropolitana de Toledo y con la sede de Lugo. El obispado de Lugo mantuvo durante años este pleito ante los agravios y excesos jurisdiccionales de la nueva sede obispal de Oviedo. El Concilio de Salamanca de 1154, 200 años más tarde, daría la razón a los prelados lucenses (cf. D. Mansilla: “Panorama histórico-geográfico de la Iglesia en España”, BAC, Madrid, 1982, II 2º, pp. 611 ss.; C. Sánchez-Albornoz: “Dos documentos sobre Braga y Mondoñedo”, Coruña, 1981, pp. 91 ss.).
4. PARA MAYOR CONOCIMIENTO Y UNA REVISIÓN CRÍTICA ACERCA DE ESTE TEMA CONSÚLTESE
FOX, E. I. (1997): La invención de España: nacionalismo liberal e identidad nacional. Ed. Cátedra.LÓPEZ CARREIRA, A. (2016): “Da creación histórica á eliminación historiográfica do reino medieval de Galicia.” In Historia das historias de Galicia / Isidro Dubert (ed.). -1ª ed. Vigo: Xerais. pp. 95-117.
MARÍN, P. C.; GARZÓN, J. S. P., & PLANES, T. E. (1985): Historiografía y nacionalismo español (1834-1868). Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC.
MURADO, M. A. (2013): La invención del pasado: Verdad y ficción en la Historia de España. Ed. Debate.
PEIRÓ MARTÍN, I. (1995): Los guardianes de la historia: la historiografía académica de la Restauración. Institucion Fernando El Catolico. Zaragoza.
PELLISTRANDI, B. (1997): “Escribir la historia de la nación española: proyectos y herencia de la historiografía de Modesto Lafuente a Rafael Altamira”, Investigaciones Históricas: Época Moderna y Contemporánea, 17, pp. 137-160.
WULF ALONSO, F. (2003): Las esencias patrias: historiografía e historia antigua en la construcción de la identidad española (siglos xvi-xx). Ed. Crítica. Barcelona.
RÍOS SALOMA, M. F. (2005): Restauración y Reconquista: sinónimos en una época romántica y nacionalista (1850-1896). MCV, Fundación Caja Madrid, pp. 243-263, Madrid.
— (2009): «La “Reconquista”, ¿una aspiración peninsular? Estudio comparativo entre dos tradiciones historiográficas.» Bulletin du Centre d’études médiévales d’Auxerre, Hors, série 2.